Personas
capítulo de personas
hay, por debajo de
la práctica medicamentosa de Esparza, una salud espléndida: las casas no saben
de otros remedios que los que miran a la epidermis: tapas de cebolla sobre el
grano; sain de cerdo, sobre todo para el divieso; así como hojas de cincovenas templadas
al fuego; y particularmente minbelar: «unas hojicas anchas, curamales les llamabámos;
y llevaba blanco por abajo; y se le quitaba la mintzica y quedaba muuuuy tiernica;
aquello lo ponía y ya podía tener cualquier divieso o grano, aquello lo curaba»;
lo mismo refiere casa Pena del vecino pueblo de lbilzieta; la descripción más
poética con todo viene de Josefa Elizondo, de casa Maiatzaldea: «Y pa las
personas, pues cuando uno tenía alguna cosa, alguna ampolla con pus, minbelar:
min quiere decir mal, y belar belarra, yerba; y era sí d'esta forma, igual como
una rosa, parecido a la alcachofa; el color y todo tiene igual; después más
abierto, igual que una rosa abierta»
o las hojas de
katulo: «unos redondicos, no sé, katulicos les llamabámos jajajajaja; y el
manguico así alargadico; es como un honguico pequeño y con su manguico lo mismo
qu'el hongo; y esos también: se les quitaba la mintza y se ponía»; o tapas de
cebolla frita, fría o todo lo caliente que se pudiera aguantar, puestas encima,
vendadas y mantenidas hasta el fin, también para los panadizos; o el dicho de escaldarlos
en agua hirviendo siete o nueve veces
excepcionalmente se
habla de la erisipela, que tratan con harina tostada derramada caliente,
aplicada directamente o entre paños: «yo no he tenido granos nunca, hemos sido
todos muy fuertes, yo ni pañuelo ni nada ponía en la cabeza; quemando el sol y
yo siempre sin pañuelo ni nada, al sol, recogiendo fresas ―poetiza la de Kattalin―;
erisipela no me ha tocao no; mata o pela; ahora, he visto eh; pues la mujer de
un montero: él era de Roncal, ella de Ezkaroz: la Cristina, tú no l'habrías
conocido; ah pues ya estaba en el funeral del abuelo, que me saludó en la
puerta 'la iglesia ¿te acuerdas?; pues allí solía ir yo a... cuando se ponían
enfermos y... muuuucho solía ir; tuvo todo: la cara, los ojos, toooodo hiiiinchao;
¿y sabes lo que l'echabámos?: harina tostada; pues se tostaba l'harina en una
sartén y luego aquello... cuando estaba caliente, echar por toooodo, con la
mano con la mano; y luego se le ponía una guata, y tapao todo con un pañuelo, y
guardar cama; porqu'eso...»
y finalmente y de modo
muy anecdótico, la sarna que pasó casa de Blas, que trató con ungüento a base
de una hierba o matapeña que ha sido imposible recordar, frita con manteca, y una
limpieza posterior con agua de flor de ottobaba; la piel tenía en fin en
Esparza fuente medicinal, de nombre Fuentebatueco, por el olor pestilente de
sus aguas, compuestas probablemente de ácido sulfídrico, que produce ese olor a
huevos podridos; lzal tenía también Fuentebatueco, sin salir de Salazar; y
Otxagabía la fuente del Boticario y la fuente Dionisio; y entre nosotros fueron
célebres las de Aretxabaleta y una clandestina en Oñate, de nombre Urréjola; en
Fuentebatueco se lavaban los de Esparza los ojos, se limpiaban los granos y excepcionalmente
llevaban otro tipo de enfermos, como la cojica de Patxiko hacia 1910; los ojos
se trataban también con agua de rosas del ramo de Sanjuán, o con agua de todo
el ramo de Sanjuán, es decir de rosas, sauco y menda; hay finalmente un
ungüento de hollín con tocino, para los granos, en casa Zubialde; y otro ya
referido de tocino con cera, para las heridas
nada, con todo, mejor
estudiado quizás que las prácticas que se refieren a la peloa o mastitis, mal
de ubre que diríamos, juntando el de las madres con el de las vacas, como de
hecho los juntó una informante; la cosa va desde los untos de agua hervida o
paños calientes primero, y a continuación peines de madera de púas separadas,
vendados a los pechos; hasta las tabletas de boj untadas con sain de gallina,
envueltas en papel de estraza, untadas de lo mismo, templados ambos, enfajadas
hasta que se rebaja el bulto; pasando por cazuelas de barro calentadas al
fuego; nadie tiene mejor prosa y peor recuerdo que Brígida Beaumont: «me salió
un flemón en el pecho, se me inflamó mucho el pecho y entonces já, pues como no
había penicilina, pues a los medicamentos caseros; me acuerdo que me ponían
cazuelas: calentar las cazuelas de barro y me ponían en el pecho; después unas
cataplasmas que bajábamos de la farmacia, calentarlas al baño maría y se ponían
pues nada, allá; y fuerte calor; con aquello, hasta que se maduraba un poco;
cuando le parecía reventaba, y yo no sé si se cerraba en falso o qué, bueno,
pues a los días, vuelta otra vez; y estuve así tres meses; se me reventó de
siete sitios el pecho; pero en fin, cuando dios quiso, ya se curó; eran unas
cazuelas de barro redondas un poco hondas, como p'hacer sopa tostada, un poco
hondicas; claro para meter el pecho en la cazuela, tenía que ser un poco honda»
una salud
espléndida, con remedios que miran fundamentalmente a la epidermis; que raramente
pasan a la endodermis, que es donde duerme el mal; capítulos como los del
oído-nariz-garganta por ejemplo, presididos por el flemón, que se cura sobre
todo con sahumerio de zamuka o sauco, directo o recogido en un paño, sauco que
se bendice la mañana de Sanjuán y se tiene todo el año en casa, en un
tratamiento similar al resto del país y de la península; es curioso observar
que el sauco acompaña al hombre en Europa desde el neolítico; hay en Esparza un
ungüento con base de zamuka, que describe así el de Maisterra: «eso se coge
mitad aceite y mitad manteca, se fríe flor de sabuko, después se pasa y se
queda así, como una unturica muy suave; eso pa hichazones d'esos, erisipela y
eso; pa heridas también: flemones, cortadas»; el de casa Maisterra lo aplicó
con éxito para quemaduras, Eulogio goza de un carisma único frente a los
mayores desde que curó a la escaldada, nunca olvidarán los mayores el día en
que Eulogio puso sus manos sobre la escaldada de Galtxe: «s'escaldó y claro,
ella ponía paños y se le pegaron todo; y después pues al quitarle eso, pues
casi daba miedo verla; y también le dí la eso: flor de sabuko, el ungüento ese;
joé, empezar a darse y curarse, todo fué uno»
una salud espléndida,
que da gloria recorrer: «tengo siete hijos y los siete están limpios: lo que
digo, éste esos juanetes que le han salido en los pies»; «aquel no tomó nunca
una'spirina: fuerte era aquel también, fuerrrrte como ésta; murió a qué años, a
los 74; y entonces m'empecé a mirar la tensión por si acaso oye, y nunca no me
encuentran nada»; y la misma: «¿los niños dolor de oídos? no, nunca; y
lombrices tampoco: ¿catarros?: yo misma suelgo coger; oyyyy chico, con nada: yo
lo qu'es, nada soliai tomar: cuando le daba la vuelta, hasta que se quitaría»
una salud
espléndida, con menos defensas que ahora, y con menos alimentos: « igual partías
una manzana pa dos; porque entonces no había abundancias como ahora»; eran los
tiempos de antes de la naranja ―otra vez el antes y el ahora― «naranjas no,
porque antes no existían naranjas; manzanas toda la vida»
el resto de los males
que anidan al otro lado de la piel, hacen relación al estómago y a las articulaciones,
con dos leves alusiones al riñón y a la presión sanguínea; el dolor de tripas
en general no conocía más práctica que la copa de anís: casa Elarre de Otxagabía
hace crecer dentro de la botella un pepino ―la cosa tiene mucha gracia― botella
que luego rellena de anís; otros prefieren la infusión de té de peña ―lleva fama
el de Zeñakoa― que usan también para congestiones; así como la karraskilla; los
catarros por su parte conocían el zakuto de salvao tostao sobre el pecho; la alpargata
de cáñamo rusiente; los untes con sain de gallina al pecho, reforzados a veces
con papel de estraza, untado como para la peIoa; la Infusión de agua de sauco con
miel; o solamente con leche; o con leche y miel; el agua de miel; la tradicional
leche; y una práctica bastante repugnante: agua hervida con hollín: «el padre
d'este, siempre solía estar con catarro; y aquel pues cocía a lo mejor un
puchero grande de sauco, e igual lo tenía ocho días; ahora, todos los días bebía
eh, todos los días; y decía que le abría los bronquios»
el estreñimiento en
los adultos conocía el recipiente de agua hirviendo sobre el que sentarse en cuclillas
como queda contado; y, cuando llegó la farmacia, las hojas de sen; el estreñimiento
en los niños tenía fármacos propios: desde la cerilla o misto por el ano, hasta
la patata: «por ejemplo una patata muy dura pelarla, cortarle estilo de un dedo
verdá, acabada en punta; y provocarles por el ano, que soltaban fácilmente»;
las almorranas por su parte conocían el aceite común, y un chascarrillo
divertido del cercano Navascués: «ese cuento de aquel que vino a Navascués y
eso, pues eso ya sabrán ¿no? era con tocino eh, o sea una señora tenía un trozo
de tocino para hacer lo de las almorranas y cómo es que llegaron unos soldaos a
Navascués y s'equivocaron y pusieron en la holla el tocino de»; las lombrices
del niño en fin, el collarico de ajos: cada grano en cuatro trozos, y un total
de trozos a ensartar que fuera impar, según recordó la privilegiada cabeza de
Juana Barberena; o «encender una cerilla y ponerles junto al culico, y van
saliendo van saliendo las lombrices a la luz»
las anginas conocen
remedios antiguos: lana sucia o el mismo calcetín de lana, bien caliente, en un
pañuelo, sobre el mal; o zakuto de salvao tostao al cuello, que viene a ser lo
mismo; Casa Arnabere, del vecino pueblo de Sarriés, conoce para flemones la harina
tostada de maíz o trigo en zakuto sobre el flemón: el oído conoce el remedio
más antiguo: la secreción humana, la leche de mujer vertida directamente sobre
el oído: «pa'l mal de oídos en niños, l'echaban la leche de la madre,
calentica, de la teta: poner el pequeño ahí y ir o sea apretándole, que saliese
la leche al oído»; Telesfora Elarre conservaba en su estupenda memoria la
práctica exacta: «si era chico, a la madre que tenía chica; y si era chica la
que tenía, iba a una madre que tenía chico; nada más jajajajaja: l'echaba leche
y después le ponía un taponico de guata y ya está»; el escritor ha recogido
testimonio de casa Karrika desde 1955 hasta 1964; la tía, Pilar Esandi de casa
Calderero; el sobrino afortunado, Francisco Javier Recalde Beaumont
por lo que hace al riñón,
hay testimonio aparatoso de Pablo Pérez Arana, de casa Larrañeta: «resulta que
un día fuí al campo con la guadaña y bueno, m'empiezan unos dolores pero
fuertes fuertes, y a casa; y bajé un pedazo por esa cuesta de Araneguía pues a
vueltas: es que no podía andar ni nada, eran unos, unos dolores pero, pero
fuertes y al médico; bueno pues que me pondrían unas inyecciones; ponía las
inyecciones mi suegra mandada por el médico y bueno, me pusieron unas inyecciones,
creo que serían de morfina, y no había forma; bueno pues entonces me manda el
médico que me meterían en una compuerta d'esas de las coladas eh, qu'eran de
cinc, y que me meterían allí todo lo que podría aguantar; todo lo caliente que
podría aguantar; entonces enseguida en casa Sarriegui, en casa Calderero,
calentaron el agua y me coge Vitor mi primo, entonces me meten adentro, y venga
el agua y el agua, y venga a pretarme, y yo creí, nada, parecía que me iban a
cocer allí porque... y gritaba y empezaba a moverme y no me podía valer; claro había
más fuerza; y entonces quieto allí y, ya al fin, empecé pues a gritar, porque
se veía que, vamos, que me cocía; y hala, afuera; no se quitó el dolor de
riñón; por eso continuaba lo mismo; pero fíjese qué remedio eh, meterme en el
agua»
la presión sanguínea,
al menos la alta, tiene también remedio en Esparza, que conoce entre otras cosas,
casa Prudencio: la novenica de bizko o infusión de muérdago durante nueve u ocho
días; bizko de manzano mejor que de gurrillón, y nunca de pino: cocer como tres
ramitas para una taza y tomar templado en ayunas «eso baja enseguida la tensión;
mira, hace dos años, el médico 24 que tenía me dijo; fué a los días a Pamplona
y no tenía más que 14 y medio; me tomé ocho días, qué pronto había bajao»; en
casa Kattalin sin embargo se cree que si se toma con exceso puede ser peligroso
queda, para terminar
el capítulo de las articulaciones, la ciática y el reúma: casa Jostuna conoce
los vapores de espliego en caldero con brasa de boj y meter luego en la cama al
paciente envuelto en una manta; a Francisco Goyena de casa Etxeberri, del pueblo
próximo de lgal, le hicieron lo mismo hacia 1924 para el reúma: «en un caldero
de los cutos, cocer espliego: se sentaba en una silla y tapao con una manta y
sudao perdido se ponía; así nueve días seguidos»; Francisco Goyena sabe muchos
cuentos de reúma, Francisco Goyena le cuenta al escritor que un tal Pedro
Jiménez tenía reúma, y Ramona Maíz su mujer le dijo que era bueno hacer friegas
con aguardiente; el reúma lo tenía en la rodilla; fué la pobre Ramona con la
botella y «edi ola, trae trae l'aguardiente: eso por aquí» le dijo Pedro señalándose
la garganta «eso por aquí» «ya bajará»; Francisco Goyena asegura al escritor
que una vez bebido el aguardiente, se hizo dar friegas en seco; Ramona por su
parte tampoco era manca en lo de empinar: una vez no encontró vasija más
apropiada para vaciar vino que el almute, que es una división del robo, que es
una medida navarra de grano; y en esas andaba cuando llegó Pedro que, viéndola,
le dijo: «edi ola, con dieciséis d'ese, el robo»
el reúma en fin
tiene historia atroz en Esparza: «sufría mucho de reúmas y una vez le hicieron
fuegos como a las caballerías en las piernas, que suelen hacer, que pinchaban
no sé, con unas agujas; le daban fuegos; y al ver que aquello, entonces se
hacía el pan en casa, caseros, había unos hornos entiende p'hacer los panes; y
entonces sacaron los panes del horno, cuando el horno aun estaba caliente, y
con una manta lo metieron al horno, sin fuego eh, masqu'el horno estaba
caliente; Ambrosio Semberoiz; sería hacia 1898; muchas veces me tiene contado
mi padre ―refiere su hijo Lucas― que l'hicieron eso»
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